II. Las cosas que son (2ª Parte)
En medio del caos
Como parte de los acontecimientos
postreros (las cosa que son), nos
hallamos que la Iglesia del Señor se vería inmersa en medio de un caos sin
precedente en la última etapa cronológica de su estancia en esta tierra. Lo que
estudiamos en la sesión anterior con respecto a los tipos de iglesias y del
tiempo y características que cada una de ellas habría de manifestar nos
catapulta a este estudio donde abordaremos lo que la Iglesia de Jesucristo ha
de ver con sus propios ojos antes de ser quitada de este lugar, como
cumplimiento de lo dicho por el Señor en Ap.
3:10: “Por cuanto has guardado la palabra de
mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir
sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra.“
En esta ocasión nos remitiremos a Mt. 24:3, cita donde encontramos que
los discípulos se acercaron al Maestro divino para preguntarle:”Y
estando él sentado en el monte de los Olivos, los discípulos se le acercaron
aparte, diciendo: Dinos, ¿cuándo
serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y
del fin del siglo?“
Son estas estas, 3 preguntas claves que
hacen los apóstoles. Y el Señor Jesucristo, haciendo gala de su omnisciencia y
presciencia, da la respuesta más larga de la que se tenga registro a cualquier
pregunta que se le haya hecho. Lucas 21,
Marcos 13 y Mateo 24 y 25 nos dan el panorama completo de la respuesta que
el Señor dio a los discípulos, y por ende, de los acontecimientos finales y que
habrían de suceder previos a su 2ª Venida.
Semejante y majestuosa respuesta, nos
muestra que la comprensión del futuro, la comprensión de la profecía, y la
comprensión de todo lo que concierne al fin de la Historia es un tema
importante y trascendente. No es un asunto que carezca de importancia, y el
Señor nos lo señala debido al tiempo que se tomó enseñando tan detalladamente
lo plasmado en esas citas. Todo esto tiene un impacto profundo en nuestras
vidas ahora, porque no solo comprendemos el futuro, sino que a través de la
Escritura podemos ver también nuestra realidad.
“Cuándo serán estas cosas”
La primera de las preguntas, “¿cuándo serán estas cosas?“, tiene que ver con el presente de ellos y por ende con "Las cosas que son" mencionadas en el Libro del Apocalipsis; es decir, tiene que ver con lo discípulos vivos y presentes en ese momento, debido a que el Señor Jesús, momentos atrás,
había hecho el lamento por Jerusalén (Mt. 23:37-39). Este trágico y dramático
momento de lloro y angustia del Señor por la Santa Ciudad tuvo lugar durante
las festividades realizadas y celebradas por los judíos, tanto locales como
extranjeros, como preparativos previos a la Gran Celebración que estaba por
llegar tan solo unos días después: el PESAJ, o mejor conocida como LA PASCUA.
Siendo aproximadamente la hora nona (03:00
p.m.) el Señor Jesús abandona el templo, cuando aún existía este (es la hora
acostumbrada en la que todos los judíos se retiraban de dicho recinto). Y
bajando el valle del Cedrón se dirige hacia las escalinatas del monte de los
olivos, y en algún momento, entre el monte del templo y el monte de los olivos
(a estos montes los separa 1 km de distancia, aprox.) el Señor se detiene para
hacer el más doloroso de los lamentos que jamás haya realizado durante su
ministerio terrenal, el lamento por Jerusalén, al ver el cumplimiento cabal de Is. 29:13: “Dice, pues, el Señor: Porque este
pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón
está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que
les ha sido enseñado“.
Es importante observar el profundo
silencio que se generó entre el Señor y el grupo de discípulos. Algunos
expertos consideran que esto fue debido al profundo dolor en el que los
discípulos vieron sumergido al Señor Jesús; incluso el contexto de la tradición
rabínica judía señala que ver a un rabino ortodoxo, como lo era nuestro Señor
Jesucristo durante su ministerio terrenal, es algo sumamente conmovedor debido
al lamento y llanto tan pronunciados que salen de él; por lo tanto, no era para
menos dicho silencio porque en esos precisos momentos nuestro Señor estaba llorando
como un Padre (y que además lo es) que llora por su hijo que está en agonía al
borde de la muerte. Al llegar al monte de los olivos, los discípulos esperan un
momento y se acercan para preguntar:”Y estando él sentado en el monte de los
Olivos, los discípulos se le acercaron aparte, diciendo: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y
del fin del siglo?“
Decíamos anteriormente, la primera de las
preguntas, “¿cuándo serán estas cosas?“, tiene que ver con el presente de ellos porque el Señor Jesús momentos antes, en Mt.
24:2, dijo: “Respondiendo él, les dijo: ¿Veis todo esto? De cierto
os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada.”, Y que
además su pueblo sería llevado cautivo a todas las naciones (Mt. 23:38) “He
aquí vuestra casa os es dejada desierta.”
Lo más interesante de todo esto es que el
Señor, como respuesta a la primer
pregunta, les dijo, categóricamente, que ellos serían testigos presenciales del cumplimiento de lo
profetizado en Mt. 24:2, motivo de la primer pregunta. La respuesta a esta primer pregunta la
hallamos en Lc. 21: 20-24: 20Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada
de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado. 21Entonces los que estén en Judea, huyan
a los montes; y los que en medio de ella, váyanse; y los que estén en los
campos, no entren en ella. 22Porque estos son días de retribución, para que se
cumplan todas las cosas que están escritas. 23Mas ¡ay de las que estén encintas, y de
las que críen en aquellos días! porque habrá gran calamidad en la tierra, e ira
sobre este pueblo. 24Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos
a todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los
tiempos de los gentiles se cumplan.
Históricamente, esta profecía tuvo su
cabal y exacto cumplimiento en el año 67-70 de nuestra era, aproximadamente;
cuando las tropas o legiones romanas sitian durante 3½ años a la ciudad de
Jerusalén; haciendo el asalto final el Gral. Tito en el año 70,
aproximadamente. Durante esta incursión romana, el Templo de Jerusalén fue,
literalmente destruido, sin que quedara piedra sobre piedra debido a la
devastación y profanación realizada. Los judíos huyeron por todas partes y la
gran mayoría de ellos fueron tomados prisioneros y llevados cautivos a
diferentes naciones.
Contexto histórico del cumplimiento de
la primera respuesta dada a los discípulos
Desde los días de Jesucristo, la ciudad ha sido
conquistada once veces y destruida totalmente cinco. Mas sus ruinas siguen guardando
los recuerdos del pasado, aunque, según opinión de los arqueólogos, la Jerusalén bíblica descansa bajo una capa
de cascotes de 20 m de altura. Por ello resulta tan problemático querer
reencontrar, como viajero de hoy, la Jerusalén de hace 2000 años. En el año 70
d. C. ocurrió lo que Cristo había predicho: "Jerusalén será hollada por los gentiles,
hasta que se cumpla el tiempo de las naciones." Las legiones de Tito hicieron que la ciudad
cayese presa de las llamas. Al mismo tiempo se dividieron completamente sus
alrededores en un radio de 18 km, convirtiéndolos con ello en un desierto
calcáreo que aún subsiste hoy. Se derribó la triple muralla, se destruyó y se
mancilló el templo de los judíos. Más tarde, los romanos destruyeron totalmente
sus pobres restos, cuando los judíos intentaron desprenderse del yugo romano,
bajo las órdenes de Ben Kochba (nombre transmitido hasta nosotros por medio de
los "rollos del Mar Muerto").
El emperador Adriano fundó, sobre
las ruinas, una nueva ciudad, Aelia Catolina.
Doscientos años más tarde llegó desde Bizancio la piadosa emperatriz Elena para
buscar los lugares santos. Buscó y halló el Santo Sepulcro. Desde ese instante,
Jerusalén se convirtió en juguete de la historia.
En el año 614 fue destruida por los
persas, en 637 conquistada por el califa Omar, en 1072 por los seleúcidas, en
1099 por cruzados cristianos. En el año 1187, el sultán Saladino volvió
a arrebatar la ciudad a los caballeros francos, en 1617 asaltaron sus muros
turcos osmanlíes. En 1917 entró en la ciudad el ejército inglés. Y desde 1948,
Jordania e Israel luchan denodadamente por la posesión de la "Ciudad
Santa". Por mediación de las Naciones Unidas se concertó un armisticio.
Ambos contrincantes se quedaron con la parte de la ciudad que en aquel momento
ocupaban. Surgió una frontera tan casual como absurda. Una salvaje franja con
barreras antitanques y alambres de espinos dividió lo que durante milenios
había sido una unidad. Un solo acceso unía ambas partes de Jerusalén: la Puerta
de Mandelbaum.
El Muro de las Lamentaciones
Los jordanos prohibieron a los judíos rezar ante el
máximo santuario del pueblo hebreo, el Muro de las Lamentaciones. Este muro es el último resto del templo
destruido por los romanos. Está compuesto de gigantescos sillares de hasta
1.80 m de alto y 11 m de largo. Once hiladas están cubiertas por las ruinas,
catorce aún son visibles. Desde la "guerra relámpago" de Israel en la
península de Sinaí en junio de 1967 y la conquista de la ciudad antigua de
Jerusalén, los judíos piadosos pueden volver a cumplir sus oraciones ante el
Muro de las Lamentaciones. Los viernes y días de fiesta, hombres de largas
barbas grises besan las piedras, llorando la destrucción del templo. ¿Podrán
arrodillarse también ante el Muro de las Lamentaciones en el futuro? Nadie
conoce aún la respuesta. Aún no ha llegado a su fin la tragedia de la
"Ciudad Santa".
La destrucción de Jerusalén relatada por Flavio Josefo (70 d.C.):
(Su obra más antigua, La guerra de los judíos,
constituye un repaso de la historia judía desde la conquista de Jerusalén por
Antíoco Epífanes (siglo II a. de C.) hasta la revuelta del año 67 d. C. A
continuación narra la guerra que culminó en el año 73). Tan solo treinta y tres años después de que Jesús la pronunció,
comenzó a cumplirse la profecía acerca de Jerusalén y su templo. Las facciones
radicales judías de Jerusalén estaban totalmente decididas a sacudirse el yugo romano.
En el año 66 d. C., los informes a este respecto llevaron a la movilización y
envío de legiones romanas acaudilladas por Cestio
Galo, gobernador de Siria. Tenían la misión de sofocar la rebelión y
castigar a los culpables. Tras hacer estragos en los arrabales de Jerusalén,
los soldados de Cestio acamparon en torno a la ciudad amurallada. Para
protegerse del enemigo, emplearon el método del testudo o tortuga: unieron los
escudos formando algo parecido al caparazón de una tortuga. Josefo atestigua su
eficacia: "Se deslizaban las flechas sin dañar, y [...] los soldados
pudieron, sin riesgo, minar la muralla y prepararse para prender fuego a la
puerta del Templo". "Cestio -prosigue Josefo- retiró repentinamente
sus tropas [...] y sin razones valederas abandonó la ciudad." Aunque
seguramente Josefo no pretendía glorificar al Hijo de Dios, hizo relación del
mismo suceso que los cristianos de Jerusalén habían estado esperando: el
cumplimiento de la profecía de Jesucristo. Años antes, el Hijo de Dios había
dado esta advertencia:
20Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos,
sabed entonces que su destrucción ha llegado. 21Entonces los que estén en Judea, huyan
a los montes; y los que en medio de ella, váyanse; y los que estén en los
campos, no entren en ella. 22Porque estos son días de retribución, para que se
cumplan todas las cosas que están escritas. (Lc. 21:20-22).
En conformidad con las instrucciones de
Jesús, sus fieles seguidores se apresuraron a huir de la ciudad, permanecieron
lejos de allí y se libraron del terrible sufrimiento que le sobrevino. Cuando
los ejércitos romanos regresaron en el año 70 d. C., Josefo escribió un relato
detallado y realista de las consecuencias. El general Tito, el hijo mayor de Vespasiano,
marchó a conquistar Jerusalén y su grandioso templo. En la ciudad luchaban
varias facciones por el poder. Recurrían a medidas drásticas que resultaban en
baños de sangre. "En vista de los males internos, [algunos] deseaban la
entrada de los romanos", con idea de que la guerra "los libraría de
tantas calamidades domésticas", explicó Josefo. Llamó a los insurgentes
"ladrones" que destruían las propiedades de los opulentos y
asesinaban a las personalidades sospechosas de colaborar con los romanos. La
vida degeneró a un grado increíble durante la guerra civil, llegándose a dejar
insepultos a los difuntos.
"Los sediciosos luchaban sobre
montones de cadáveres, y los muertos que pisoteaban avivaban su furor."
Saqueaban y asesinaban para obtener comida y riquezas. Los lamentos de los
afligidos eran incesantes. Tito exhortó a los judíos a rendir la ciudad a fin
de salvar la vida. "Además encargó a Josefo que les hablara en su lengua
materna, pensando que los judíos atenderían mejor a un hombre de su misma
nación." Estos, empero, reprocharon a Josefo su actitud. A continuación,
Tito cercó la ciudad con estacas puntiagudas. (Lc. 19:43. “Porque
vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te
sitiarán, y por todas partes te estrecharán”) Eliminada la posibilidad de escapar o desplazarse,
el hambre "devoraba familias y hogares". La lucha continua siguió
engrosando el recuento de víctimas. Sin saber que cumplía la profecía bíblica,
Tito tomó Jerusalén. Más tarde, al contemplar las sólidas murallas y las torres
fortificadas, exclamó: "Dios ha sido el que expulsó a los judíos de estas
defensas". Perecieron más de un millón de judíos (Ver Lucas 21:5, 6, 23,
24).
Flavio Josefo, relata en su obra “la guerra de los judíos”:
En el año 67 d. C., el emperador Nerón envió al general Tito
Flavio Vespasiano a Palestina para sofocar una rebelión de la población
judaica, que ya hacía años que duraba. Vespasiano venció a los judíos en
Galilea y, en la conquista de la ciudad de Jotapata hizo prisionero a un joven
muy inteligente llamado José ben Matías,
un sabio en escrituras de la escuela patriótico-ortodoxa de los fariseos, que
era considerado como caudillo y jefe espiritual de los rebeldes de Galilea.
Este José ben Matías no fue crucificado ni obligado a salir a la arena, como
solía hacerse con los que se rebelaban contra el poder romano; al contrario,
aquel cabecilla supo ganarse el favor de Vespasiano y se convirtió en el
acompañante inseparable del general en todas sus campañas victoriosas por Palestina.
Según la tradición, eso fue debido a que José ben
Matías profetizó a Vespasiano -algo orgulloso a pesar de su honradez y
fidelidad- que pronto sería emperador de Roma. No se necesitaban especiales
dotes de profeta para hacer semejante vaticinio, porque quien conociera las
circunstancias del momento, podía muy bien calcular que, a la caída de Nerón,
subiría al trono el hombre que tuviera las legiones más fuertes, y quien poseía
las legiones más fuertes era Vespasiano. Cuando al cabo de dos años, Vespasiano
entró en Roma como emperador, llevó consigo a José ben Matías, le concedió la ciudadanía romana y lo
nombró historiador oficial del imperio. A partir de aquel momento, el
antiguo fariseo vivió en la capital del mundo y, entre otras cosas, escribió una historia del pueblo judío, de
la cual algunos pasajes se incorporaron al libro bíblico de los Macabeos. Ahora se
llamaba Flavio Josefo y su libro, escrito con la intención de dar a conocer
al mundo grecorromano la historia de su pueblo hasta entonces casi ignorada, es
considerado hasta hoy, al lado del Antiguo Testamento, una de las fuentes
esenciales para la época primitiva de Palestina, de aquel país pequeño, pero aun
así sumamente importante, situado en la encrucijada de las grandes culturas.
Relevancia de los escritos de Josefo sobre Jesús
Josefo escribía más que nada para los paganos, no
teniendo la misma sinceridad sus escritos [comparados con los de Filón].
Escuetas y sin color son sus noticias sobre Jesús, Juan el Bautista, Juda el
Gaulonita. Se nota que trata de presentar estos movimientos, tan judaicos de
carácter y espíritu, de forma que sean inteligibles a griegos y romanos. Si este historiador menciona a Jesús sabe cómo hay que hablar de ello. Sólo
que se advierte que una mano cristiana ha retocado el fragmento, añadiendo
algunas palabras sin las cuales el texto habría resultado casi blasfemo,
cortando quizás también o modificando algunas expresiones. Hay que recordar que
el éxito literario de Josefo se debió a los cristianos, quienes adoptaron sus
escritos como textos esenciales de su historia sacra. Se propagó una edición
corregida según criterio cristiano probablemente en el siglo II. Lo que interesa
de verdad en los libros de Josefo en este caso son los vivos colores con que se
describen aquellos tiempos. Gracias a este historiador judío, Herodes,
Herodías, Antipas, Filipo, Anás, Caifás y Pilatos son personajes casi tangibles
que nos hacen vivir la realidad de aquel entonces.
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