miércoles, 6 de febrero de 2013

6. LAS COSAS QUE SON (2a. PARTE)



II. Las cosas que son (2ª Parte)

En medio del caos


Como parte de los acontecimientos postreros (las cosa que son), nos hallamos que la Iglesia del Señor se vería inmersa en medio de un caos sin precedente en la última etapa cronológica de su estancia en esta tierra. Lo que estudiamos en la sesión anterior con respecto a los tipos de iglesias y del tiempo y características que cada una de ellas habría de manifestar nos catapulta a este estudio donde abordaremos lo que la Iglesia de Jesucristo ha de ver con sus propios ojos antes de ser quitada de este lugar, como cumplimiento de lo dicho por el Señor en Ap. 3:10: Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra.

En esta ocasión nos remitiremos a Mt. 24:3, cita donde encontramos que los discípulos se acercaron al Maestro divino para preguntarle:”Y estando él sentado en el monte de los Olivos, los discípulos se le acercaron aparte, diciendo: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?

Son estas estas, 3 preguntas claves que hacen los apóstoles. Y el Señor Jesucristo, haciendo gala de su omnisciencia y presciencia, da la respuesta más larga de la que se tenga registro a cualquier pregunta que se le haya hecho. Lucas 21, Marcos 13 y Mateo 24 y 25 nos dan el panorama completo de la respuesta que el Señor dio a los discípulos, y por ende, de los acontecimientos finales y que habrían de suceder previos a su 2ª Venida.
Semejante y majestuosa respuesta, nos muestra que la comprensión del futuro, la comprensión de la profecía, y la comprensión de todo lo que concierne al fin de la Historia es un tema importante y trascendente. No es un asunto que carezca de importancia, y el Señor nos lo señala debido al tiempo que se tomó enseñando tan detalladamente lo plasmado en esas citas. Todo esto tiene un impacto profundo en nuestras vidas ahora, porque no solo comprendemos el futuro, sino que a través de la Escritura podemos ver también nuestra realidad.



“Cuándo serán estas cosas”

La primera de las preguntas, “¿cuándo serán estas cosas?“, tiene que ver con el presente de ellos y por ende con "Las cosas que son" mencionadas en el Libro del Apocalipsis; es decir, tiene que ver con lo discípulos vivos y presentes en ese momento, debido a que el Señor Jesús, momentos atrás, había hecho el lamento por Jerusalén (Mt. 23:37-39). Este trágico y dramático momento de lloro y angustia del Señor por la Santa Ciudad tuvo lugar durante las festividades realizadas y celebradas por los judíos, tanto locales como extranjeros, como preparativos previos a la Gran Celebración que estaba por llegar tan solo unos días después: el PESAJ, o mejor conocida como LA PASCUA.
Siendo aproximadamente la hora nona (03:00 p.m.) el Señor Jesús abandona el templo, cuando aún existía este (es la hora acostumbrada en la que todos los judíos se retiraban de dicho recinto). Y bajando el valle del Cedrón se dirige hacia las escalinatas del monte de los olivos, y en algún momento, entre el monte del templo y el monte de los olivos (a estos montes los separa 1 km de distancia, aprox.) el Señor se detiene para hacer el más doloroso de los lamentos que jamás haya realizado durante su ministerio terrenal, el lamento por Jerusalén, al ver el cumplimiento cabal de Is. 29:13: “Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado“.
Es importante observar el profundo silencio que se generó entre el Señor y el grupo de discípulos. Algunos expertos consideran que esto fue debido al profundo dolor en el que los discípulos vieron sumergido al Señor Jesús; incluso el contexto de la tradición rabínica judía señala que ver a un rabino ortodoxo, como lo era nuestro Señor Jesucristo durante su ministerio terrenal, es algo sumamente conmovedor debido al lamento y llanto tan pronunciados que salen de él; por lo tanto, no era para menos dicho silencio porque en esos precisos momentos nuestro Señor estaba llorando como un Padre (y que además lo es) que llora por su hijo que está en agonía al borde de la muerte. Al llegar al monte de los olivos, los discípulos esperan un momento y se acercan para preguntar:”Y estando él sentado en el monte de los Olivos, los discípulos se le acercaron aparte, diciendo: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?

Decíamos anteriormente, la primera de las preguntas, “¿cuándo serán estas cosas?“, tiene que ver con el presente de ellos porque el Señor Jesús momentos antes, en Mt. 24:2, dijo: “Respondiendo él, les dijo: ¿Veis todo esto? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada.”, Y que además su pueblo sería llevado cautivo a todas las naciones (Mt. 23:38) “He aquí vuestra casa os es dejada desierta.
Lo más interesante de todo esto es que el Señor, como respuesta a la primer pregunta, les dijo, categóricamente, que ellos serían testigos presenciales del cumplimiento de lo profetizado en Mt. 24:2, motivo de la primer pregunta.  La respuesta a esta primer pregunta la hallamos en Lc. 21: 20-24: 20Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado. 21Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no entren en ella. 22Porque estos son días de retribución, para que se cumplan todas las cosas que están escritas. 23Mas ¡ay de las que estén encintas, y de las que críen en aquellos días! porque habrá gran calamidad en la tierra, e ira sobre este pueblo. 24Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan.

Históricamente, esta profecía tuvo su cabal y exacto cumplimiento en el año 67-70 de nuestra era, aproximadamente; cuando las tropas o legiones romanas sitian durante 3½ años a la ciudad de Jerusalén; haciendo el asalto final el Gral. Tito en el año 70, aproximadamente. Durante esta incursión romana, el Templo de Jerusalén fue, literalmente destruido, sin que quedara piedra sobre piedra debido a la devastación y profanación realizada. Los judíos huyeron por todas partes y la gran mayoría de ellos fueron tomados prisioneros y llevados cautivos a diferentes naciones.


Contexto histórico del cumplimiento de la primera respuesta dada a los discípulos
Desde los días de Jesucristo, la ciudad ha sido conquistada once veces y destruida totalmente cinco. Mas sus ruinas siguen guardando los recuerdos del pasado, aunque, según opinión de los arqueólogos, la Jerusalén bíblica descansa bajo una capa de cascotes de 20 m de altura. Por ello resulta tan problemático querer reencontrar, como viajero de hoy, la Jerusalén de hace 2000 años. En el año 70 d. C. ocurrió lo que Cristo había predicho: "Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que se cumpla el tiempo de las naciones." Las legiones de Tito hicieron que la ciudad cayese presa de las llamas. Al mismo tiempo se dividieron completamente sus alrededores en un radio de 18 km, convirtiéndolos con ello en un desierto calcáreo que aún subsiste hoy. Se derribó la triple muralla, se destruyó y se mancilló el templo de los judíos. Más tarde, los romanos destruyeron totalmente sus pobres restos, cuando los judíos intentaron desprenderse del yugo romano, bajo las órdenes de Ben Kochba (nombre transmitido hasta nosotros por medio de los "rollos del Mar Muerto"). El emperador Adriano fundó, sobre las ruinas, una nueva ciudad, Aelia Catolina. Doscientos años más tarde llegó desde Bizancio la piadosa emperatriz Elena para buscar los lugares santos. Buscó y halló el Santo Sepulcro. Desde ese instante, Jerusalén se convirtió en juguete de la historia.
            En el año 614 fue destruida por los persas, en 637 conquistada por el califa Omar, en 1072 por los seleúcidas, en 1099 por cruzados cristianos. En el año 1187, el sultán Saladino volvió a arrebatar la ciudad a los caballeros francos, en 1617 asaltaron sus muros turcos osmanlíes. En 1917 entró en la ciudad el ejército inglés. Y desde 1948, Jordania e Israel luchan denodadamente por la posesión de la "Ciudad Santa". Por mediación de las Naciones Unidas se concertó un armisticio. Ambos contrincantes se quedaron con la parte de la ciudad que en aquel momento ocupaban. Surgió una frontera tan casual como absurda. Una salvaje franja con barreras antitanques y alambres de espinos dividió lo que durante milenios había sido una unidad. Un solo acceso unía ambas partes de Jerusalén: la Puerta de Mandelbaum. 

El Muro de las Lamentaciones
Los jordanos prohibieron a los judíos rezar ante el máximo santuario del pueblo hebreo, el Muro de las Lamentaciones. Este muro es el último resto del templo destruido por los romanos. Está compuesto de gigantescos sillares de hasta 1.80 m de alto y 11 m de largo. Once hiladas están cubiertas por las ruinas, catorce aún son visibles. Desde la "guerra relámpago" de Israel en la península de Sinaí en junio de 1967 y la conquista de la ciudad antigua de Jerusalén, los judíos piadosos pueden volver a cumplir sus oraciones ante el Muro de las Lamentaciones. Los viernes y días de fiesta, hombres de largas barbas grises besan las piedras, llorando la destrucción del templo. ¿Podrán arrodillarse también ante el Muro de las Lamentaciones en el futuro? Nadie conoce aún la respuesta. Aún no ha llegado a su fin la tragedia de la "Ciudad Santa". 

La destrucción de Jerusalén relatada por Flavio Josefo (70 d.C.):
(Su obra más antigua, La guerra de los judíos, constituye un repaso de la historia judía desde la conquista de Jerusalén por Antíoco Epífanes (siglo II a. de C.) hasta la revuelta del año 67 d. C. A continuación narra la guerra que culminó en el año 73). Tan solo treinta y tres años después de que Jesús la pronunció, comenzó a cumplirse la profecía acerca de Jerusalén y su templo. Las facciones radicales judías de Jerusalén estaban totalmente decididas a sacudirse el yugo romano. En el año 66 d. C., los informes a este respecto llevaron a la movilización y envío de legiones romanas acaudilladas por Cestio Galo, gobernador de Siria. Tenían la misión de sofocar la rebelión y castigar a los culpables. Tras hacer estragos en los arrabales de Jerusalén, los soldados de Cestio acamparon en torno a la ciudad amurallada. Para protegerse del enemigo, emplearon el método del testudo o tortuga: unieron los escudos formando algo parecido al caparazón de una tortuga. Josefo atestigua su eficacia: "Se deslizaban las flechas sin dañar, y [...] los soldados pudieron, sin riesgo, minar la muralla y prepararse para prender fuego a la puerta del Templo". "Cestio -prosigue Josefo- retiró repentinamente sus tropas [...] y sin razones valederas abandonó la ciudad." Aunque seguramente Josefo no pretendía glorificar al Hijo de Dios, hizo relación del mismo suceso que los cristianos de Jerusalén habían estado esperando: el cumplimiento de la profecía de Jesucristo. Años antes, el Hijo de Dios había dado esta advertencia:
20Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado. 21Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no entren en ella. 22Porque estos son días de retribución, para que se cumplan todas las cosas que están escritas. (Lc. 21:20-22).

En conformidad con las instrucciones de Jesús, sus fieles seguidores se apresuraron a huir de la ciudad, permanecieron lejos de allí y se libraron del terrible sufrimiento que le sobrevino. Cuando los ejércitos romanos regresaron en el año 70 d. C., Josefo escribió un relato detallado y realista de las consecuencias. El general Tito, el hijo mayor de Vespasiano, marchó a conquistar Jerusalén y su grandioso templo. En la ciudad luchaban varias facciones por el poder. Recurrían a medidas drásticas que resultaban en baños de sangre. "En vista de los males internos, [algunos] deseaban la entrada de los romanos", con idea de que la guerra "los libraría de tantas calamidades domésticas", explicó Josefo. Llamó a los insurgentes "ladrones" que destruían las propiedades de los opulentos y asesinaban a las personalidades sospechosas de colaborar con los romanos. La vida degeneró a un grado increíble durante la guerra civil, llegándose a dejar insepultos a los difuntos.

"Los sediciosos luchaban sobre montones de cadáveres, y los muertos que pisoteaban avivaban su furor." Saqueaban y asesinaban para obtener comida y riquezas. Los lamentos de los afligidos eran incesantes. Tito exhortó a los judíos a rendir la ciudad a fin de salvar la vida. "Además encargó a Josefo que les hablara en su lengua materna, pensando que los judíos atenderían mejor a un hombre de su misma nación." Estos, empero, reprocharon a Josefo su actitud. A continuación, Tito cercó la ciudad con estacas puntiagudas. (Lc. 19:43. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán) Eliminada la posibilidad de escapar o desplazarse, el hambre "devoraba familias y hogares". La lucha continua siguió engrosando el recuento de víctimas. Sin saber que cumplía la profecía bíblica, Tito tomó Jerusalén. Más tarde, al contemplar las sólidas murallas y las torres fortificadas, exclamó: "Dios ha sido el que expulsó a los judíos de estas defensas". Perecieron más de un millón de judíos (Ver Lucas 21:5, 6, 23, 24).

Flavio Josefo, relata en su obra “la guerra de los judíos”:
En el año 67 d. C., el emperador Nerón envió al general Tito Flavio Vespasiano a Palestina para sofocar una rebelión de la población judaica, que ya hacía años que duraba. Vespasiano venció a los judíos en Galilea y, en la conquista de la ciudad de Jotapata hizo prisionero a un joven muy inteligente llamado José ben Matías, un sabio en escrituras de la escuela patriótico-ortodoxa de los fariseos, que era considerado como caudillo y jefe espiritual de los rebeldes de Galilea. Este José ben Matías no fue crucificado ni obligado a salir a la arena, como solía hacerse con los que se rebelaban contra el poder romano; al contrario, aquel cabecilla supo ganarse el favor de Vespasiano y se convirtió en el acompañante inseparable del general en todas sus campañas victoriosas por Palestina.
Según la tradición, eso fue debido a que José ben Matías profetizó a Vespasiano -algo orgulloso a pesar de su honradez y fidelidad- que pronto sería emperador de Roma. No se necesitaban especiales dotes de profeta para hacer semejante vaticinio, porque quien conociera las circunstancias del momento, podía muy bien calcular que, a la caída de Nerón, subiría al trono el hombre que tuviera las legiones más fuertes, y quien poseía las legiones más fuertes era Vespasiano. Cuando al cabo de dos años, Vespasiano entró en Roma como emperador, llevó consigo a José ben Matías, le concedió la ciudadanía romana y lo nombró historiador oficial del imperio. A partir de aquel momento, el antiguo fariseo vivió en la capital del mundo y, entre otras cosas, escribió una historia del pueblo judío, de la cual algunos pasajes se incorporaron al libro bíblico de los Macabeos. Ahora se llamaba Flavio Josefo y su libro, escrito con la intención de dar a conocer al mundo grecorromano la historia de su pueblo hasta entonces casi ignorada, es considerado hasta hoy, al lado del Antiguo Testamento, una de las fuentes esenciales para la época primitiva de Palestina, de aquel país pequeño, pero aun así sumamente importante, situado en la encrucijada de las grandes culturas.  

Relevancia de los escritos de Josefo sobre Jesús
Josefo escribía más que nada para los paganos, no teniendo la misma sinceridad sus escritos [comparados con los de Filón]. Escuetas y sin color son sus noticias sobre Jesús, Juan el Bautista, Juda el Gaulonita. Se nota que trata de presentar estos movimientos, tan judaicos de carácter y espíritu, de forma que sean inteligibles a griegos y romanos. Si este historiador menciona a Jesús sabe cómo hay que hablar de ello. Sólo que se advierte que una mano cristiana ha retocado el fragmento, añadiendo algunas palabras sin las cuales el texto habría resultado casi blasfemo, cortando quizás también o modificando algunas expresiones. Hay que recordar que el éxito literario de Josefo se debió a los cristianos, quienes adoptaron sus escritos como textos esenciales de su historia sacra. Se propagó una edición corregida según criterio cristiano probablemente en el siglo II. Lo que interesa de verdad en los libros de Josefo en este caso son los vivos colores con que se describen aquellos tiempos. Gracias a este historiador judío, Herodes, Herodías, Antipas, Filipo, Anás, Caifás y Pilatos son personajes casi tangibles que nos hacen vivir la realidad de aquel entonces.

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